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miércoles, 18 de junio de 2008
SANDIAS DE LAS HIGUERAS
Hablando de “veranos “ y sandías, en un retaso de mi memoria apareció el momento en el tiempo, cuando mi papá cuidó con tanto esmero la primer sandía que encontró en su recorrido por el “ verano” ese año de 1955, en el “Charco Largo”.
Eran solo tres hectáreas de sembradío, casi todo creció al parejo sin plaga ni mal tiempo que le hiciera daño. En poco tiempo la tierra negra y porosa fue desapareciendo, quedando en su lugar el verde vergel, la ramazón de guías entretejidas, levantaban sus retoños al cielo. Entre las puntas de las guías aparecían pequeñas sandillitas que brillaban atrapando luz entre su abundante vellosidad que las vestía como hadas encantadas.
Una de estas sandillitas, se reveló al tiempo y a la naturaleza, y por su cuenta empezó a sobresalir en la huerta creciendo de manera tan acelerada, que al poco tiempo se miraba sobresalir entre el frondoso bosque de hojas verdes y plateadas del “verano”.
Mi papá no fue inmune a los encantos de esta precoz sandia, verla y quererla fue una cosa. Cuando la miró, nos llamó a todos y nos la señaló deshaciéndose en cumplidos para la frutita, que orgullosamente lucia su brillantez de ternura en la mullida cuna de guías y hojas.
- Esta sandía va a crecer mucho-decía Chacho-y la vamos a cuidar para que no la pique ningún pájaro.
Dicho y hecho, se tapaba todos los días con ramas de guayabilla fresca, la vigilábamos en las mañanitas al salir el sol, porque a esa hora los pájaros desde cardenales a chontes o gorriones, en parvadas remolineaban sobre el sembradío para saciar su apetito.
El verano dio muchas sandias, brillaban a contraluz las verdes frutas, las había pequeñas grandes largas o redondas, pero la sandia querida era especial, grande, oscura de tan verde, y sobresalía en el verano, a pesar de que se tapaba con ramas frescas.
Se llegó el tiempo de madurar, y la sandía cuidada con tanto esmero, empezó a dar signos de estar sazona.
-“mañana la cortaré”-dijo Chacho-
-“Ya está bien madura”- añadió- “la llevaré a Guamúchil para exhibirla, pues de este tamaño no creo que ningún verano haya dado alguna vez una sandia igual”.
Al día siguiente en la mañana procedió a visitar la sandía y como si estuviera efectuando un rito, se acuclilló, quitó las ramas que la tapaban con gran parsimonia, le dio dos palmadas, cariñosas y procedió a cortar el güispuri que la sostenía con su navaja sandillera, luego preparándose para el gran peso de aquella gigantesca fruta se para, se inclina, la toma y ¡Bolas!..La gran sandía no pesaba nada, le dio vuelta y apareció la razón. Un agujero del tamaño de un puño, hecho con gran delicadeza y la sandía hueca por completo con huellas de arañazos en el interior de su cáscara, lo que llevó a mi papá a discernir que fue un mapache el autor de tal felonía. Ese día fue de gran tristeza en nuestra casa, y durante mucho tiempo plática obligada de mi apá con sus amigos, y no sería grande su trascendencia, que 50 años después yo estoy escribiendo de lo mismo en recuerdo de mi viejo.
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